Ángeles Donoso
Washington University in Saint Louis
Esta es mi última transmisión desde el planeta de los monstruos.
No me sumergiré nunca más en el mar de mierda de la literatura.
En adelante escribiré mis poemas con humildad y trabajaré para
no morirme de hambre y no intentaré publicar.
(Belano en Estrella distante)Los que tienen el poder (aunque sea por poco tiempo) no saben nada
de literatura, sólo les interesa el poder. Y yo puedo ser el payaso de mis lectores, si me da la real gana, pero nunca de los poderosos. Suena un poco melodramático. Suena a declaración de puta honrada. Pero, en fin, así es.
(Roberto Bolaño, Entre paréntesis).
El siglo ha sido portador de una concepción combativa de la existencia,
lo cual quiere decir que la totalidad misma, en cada uno de sus
fragmentos reales, debe presentarse como conflicto. Cualquiera sea su escala,
planetaria o privada, toda situación real es escisión, enfrentamiento, guerra.
(Alain Badiou, El siglo).
En 1918, Casímir Malévich pintó el controvertido Cuadrado blanco sobre fondo blanco. Según Alain Badiou, esta obra es “el origen de un protocolo de pensamiento sustractivo que difiere del protocolo de la destrucción” (El siglo 79), por lo que sería errado interpretarla como el símbolo de la ‘destrucción’ de la pintura. Para el filósofo francés, la singularidad de la obra de Malévich radicaría en que “en vez de tratar lo real como identidad, se lo trata desde el principio como distancia” (79). Así, el Cuadrado blanco sobre fondo blanco evidencia en su blancura indefinida la distancia misma de lo real, la imposibilidad de aspirar a su depuración[1]. Este gesto es diferente al acto de la destrucción, el cual intenta captar la identidad de lo real por medio de su desenmascaramiento: la destrucción se apasiona por lo auténtico, intenta tener certeza de lo real y anular su sospecha[2]. Por este motivo, la destrucción o “la lógica de la depuración” como la denomina Badiou, tiende a la nada o a la muerte, que se presenta como el “único nombre posible de la libertad pura” (77). Así Badiou se explica por qué en un siglo “arrebatado por la pasión de lo real”, haya sido la lógica de la depuración el protocolo dominante: la destrucción aparece entonces, como el signo del siglo XX en la política, en el arte, en todo ámbito[3].